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La costa a la altura de Porto Covo.
Alentejo: bravas ondas y ruda hermosura

Alentejo: bravas ondas y ruda hermosura

Esta región sin adulterar del país vecino discurre serena sin la grandilocuencia estúpida del boom por el cemento, aferrada a una belleza rural, primigenia, que atrapa

Galo martín

Miércoles, 8 de abril 2015, 12:30

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El Alentejo resulta tan clandestino y evocador como la historia de deseo y de sugerente manipulación de Nabokov, 'Lolita'. Al otro lado de la línea roja -en este caso del Tajo- donde se exhiben las tentaciones, esta región sin adulterar del país vecino discurre serena sin la grandilocuencia estúpida del boom por el cemento, aferrada a una belleza rural, primigenia, que atrapa. El Alentejo es interior y la costa, donde sus ondas son el discurso del Atlántico y los surfers sus osados intérpretes. Lo que se deja ver por estos lares es tan auténtico que resulta una atípica sorpresa.

Información práctica

  • www.visitalentejo.pt

  • Cómo ir

  • Vuelos desde Madrid, Barcelona, Bilbao, Málaga y Valencia con la compañía portuguesa de la TAP destino Lisboa. Desde aquí lo mejor es alquilar un coche para ir a la región del Alentejo.

  • http //www.flytap.com/Espana/es/Inicio

  • Dónde comer

  • Restaurante A Escola (Alcácer do Sal)

  • Restaurante Cais da Estação

  • (Sines)

  • Restaurante Trinca Espinhas. En la playa de São Torpes. Especialidad de la casa, el pescado fresco y el marisco

  • Tasca do Celso

  • (Vila Nova de Milfontes)

  • Dónde dormir

  • Hotel

  • Jantar no Cerro da Borrega

  • (Odemira)

  • Monte do Zambujeiro

  • (Vila Nova de Milfontes) a orillas del río Mira en cómodas habitaciones o casas independientes.

Surfeando el litoral alentejano

Como si del cuerpo de una mujer se tratase, la costa del Alentejo se divide en dos y ambas intactas, sin manipular: una es lisa, infinita, sin interrupciones, pero con las dunas del estuario del Sado entre Tróia y Sines y lo otra es escarpada, abrupta, sinuosa y coqueta, entre Sines y Azenha do Mar, dentro del Parque Natural del Sudoeste Alentejano. Escoja la que escoja, siempre habrá más tierra que asfalto bordeando al indómito Atlántico.

En Setúbal, cuna del ofuscado y, a veces, genial José Mourinho, se puede tomar un ferry para salvar el estuario del río Sado y dar a parar a un larguísimo arenal de más de 60 kilómetros de extensión. Aquí, además de sobrecoger al paladar a base de arroces con pescado y cataplanas, las playas de Comporta, Carvalhal y Pego son tres buenos spots para practicar el surf -con precaución si no se tiene un nivel aceptable-. En esta sucesión de playas de arena fina y de aguas agitadas los amantes de coger olas pueden acercarse a Carvalhal Surf School a tomar una lecciones o alquilar una tabla, pero recuerde que el agua impone por fría y las ondas no solo son divertidas espumas.

Haciendo el esfuerzo por no parar el motor y apearse del coche todas las veces que uno quisiera el paisaje alentejano se sucede. Por carreteras con poco tráfico rodado se entiende esa imagen que proyecta esta región que se resiste a perder su identidad, pero sin aspavientos, sin rabietas, y sí con noble estoicismo. Hay momentos que uno siente estar dentro del ambiente en el que se sucede True detective, un escenario tan crudo como hermoso. Y así, entre planicies y arrozales, sin apenas cruzarse con nadie, se alcanza Sines.

A partir de este punto comienza la costa recortada, la que quita el aliento al oír romper las olas contra los acantilados, sin mesura. Envuelto en este medio tan marino no es casual que aquí naciera Vasco da Gama. Un navegante luso que trazó la primera ruta oriental rumbo a la India. Con esa normalidad que lleva por bandera el Alentejo, en Sines no chirría ver al fondo las chimeneas de las fábricas petroquímicas exhalando humo, exhibiéndose como músculo económico de la región junto a la actividad de su puerto.

En dirección sur, al otro lado del cabo de Sines, continúa ese otro litoral alentejano más bravo. La primera parada es la playa de São Torpes, la que nos da la bienvenida una de las casetas de la escuela Costa Azul Surf del vecino y surfero André Teixeira. Muy cerca se exhibe la playa de Vierinha y de Burrinho, próximas al pueblo pesquero de Porto Covo.

Es un villa blanca en la que destacan los remates azules en las casas de una altura que configuran este agradable núcleo urbano. En sus calles se cruzan rostros curtidos por el paso del tiempo con otros bronceados por la exposición al sol durante una buena sesión de olas, como es el caso de André Teixeira. Sí, Porto Covo es otra evidencia más de que se puede avanzar sin perder las señas de identidad y sin faltar el respeto al entorno natural. La estampa de unos niños jugando al fútbol frente a la iglesia de la plaza del pueblo nos traslada a una época en blanco y negro. Solo falta el cura con sotana al que los descarados niños tratarían de hacer un caño antes de entrar a misa. Tras Porto Covo se suceden las playas de Ilha do Pessegueiro, donde se levanta una fortaleza en ruinas de finales del siglo XVI construida por Felipe I de Portugal (II de España) -el viejo anhelo de José Saramago de juntar los dos países duró muy poco, por suerte para los portugueses- para contrarrestar los ataques de los piratas. En dirección sur los surfers se dejan ver en las playas de Aivados y do Malhão. Aquí el mar puede resultar feroz y se disfruta tanto dentro del agua como desde lo alto de un risco. Otra bonita panorámica que regala el litoral alentejano es la desembocadura del río Mira, donde se asienta Vila Nova de Milfontes.

Este pueblo pesquero, quizás, por ser el mayor foco de atracción turística de la zona, puede que pierda ese halo de autenticidad que caracteriza al resto de localidades del Alentejo, sin embargo, parece saber combinarlo bien y se deja querer. Así lo certifica Felipe, un surfer alejado de la parafernalia que estereotipa a los 'coge olas', y así lo inculca en su escuela SurfMilfontes. Por aquí es recomendable acercase a las playas de Furnas y Foz. No vamos a desvelar muchas más para preservar la calidad y la integridad de la zona.

Atrás quedan las ondas

A su costa sin adulterar por el chiringuito, el parking y el resort -la santísima Trinidad del mal gusto- le precede una tierra inundada de olivos, trigales y alcornoques -es el paraíso del corcho- y muchos arrozales, donde rudos pueblos de color blanco se anclan para que, el que lo desee, los disfruten tal y como son -'Nadie nos mira', novela de José Luis Peixoto, sobre el ambiente que se respira en las aldeas que salpican el Alentejo-. Es la región portuguesa menos densamente poblada, excepto en los meses de verano, época del año donde el número de habitantes aumenta. Todo ello gracias a las prácticas de turismo sostenible que se están desarrollando en armonía con su entorno, comprendiendo que ese hábitat es su corazón y que no lo deben colapsar. Los forasteros lo tienen fácil si entienden lo que se muestra ante ellos, Fernando Pessoa nos da una pista: "Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos".

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