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El día con el que siempre soñó Trump

El día con el que siempre soñó Trump

Pensó en acudir a jurar al Capitolio desde su torre imperial. Bailará y hablará poco este viernes. De él se espera alguna sorpresa, aunque el protocolo manda

Antonio Corbillón

Jueves, 19 de enero 2017, 20:55

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Trabajaremos para convertir un hecho extraordinario en algo corriente». Roy Blunt, jefe del Comité Conjunto sobre Ceremonias Inaugurales del Congreso de los Estados Unidos, hizo esta solemne promesa el 21 de septiembre pasado durante el tradicional martillazo de inicio de los actos de toma de posesión del nuevo presidente que tendrá lugar el viernes. Por entonces aún no se sabía para quién trabajaban exactamente y Blunt y otros altos cargos clavaron de forma coreográfica las primeras puntas sobre la plataforma de madera que soportará, ahora sí, los 120 kilos de peso de Donald Trump delante del Capitolio. En realidad, de él y de toda la tradición acumulada durante las 57 ceremonias anteriores. Casi 230 años. Ahí empezó el ritual que culmina este 20 de enero. Los americanos afirman que la toma de un presidente es una prueba de «continuidad institucional» del país. Es su Carta Magna la que regula férreamente el traspaso. Parece que importa más la normalidad del acto a la que apeló Roy Blunt que sus protagonistas. Aunque el hombre del día sea un tal Trump.

«Está todo muy protocolarizado, lo que le quita aparente boato. Hasta el impredecible Donald Trump está bastante atado», resume Carlos Fuente, presidente del Instituto de Protocolo de la Universidad Camilo J. Cela y excoordinador de Protocolo del Premio Príncipe de Asturias. Un proceso tan cerrado que las quinielas se cuestionan por dónde tratará de romperlo el nuevo inquilino del 1600 de Pennsylvania Avenue. Timothy Naftali, un historiador presidencial de la Universidad de Nueva York, confesaba ayer a The Washington Post que «dejaría de ser Trump si no hubiera algún espectáculo».

(Sigue leyendo después del gráfico)

La principal puerta que se le abre al magnate neoyorquino de 70 años es que no es una prórroga de mandato sino un completo cambio de titularidad. En la ceremonia anterior, en 2013, Obama no podía invitarse a sí mismo a desayunar, ni podía autodespedirse al pie de la escalerilla del helicóptero rumbo a los anaqueles de la Historia, un viaje que sí realizará de forma forzosa este viernes.

El caso es que parece que Trump juega al despiste. Las primeras celebraciones de Barack Obama (2009) se prolongaron durante cinco días. Trump apenas gastará tres jornadas. Los bailes después de la jura y el desfile son una de las tradiciones intocables. No faltan desde el 7 de mayo de 1789, cuando se organizó el primero en honor del presidente que da nombre a la capital (George Washington). Bill Clinton, amante del swing, hizo 14 piezas en su día. El primer presidente negro llegó hasta 10. Trump no tiene planeadas más de tres apariciones en la pista. Prefiere el bamboleo en otras plataformas.

Éxtasis en la Torre Trump

Desde hace semanas se sabe que el magnate y showman planeó con su productor televisivo de cabecera, Mark Burnett (dirigió su mayor éxito, The Apprentice, El Aprendiz en castellano), un desfile por la Quinta Avenida de Manhattan junto a la sede de su imperio, la Trump Tower, para luego dirigirse en helicóptero hacia Washington. Trump soñaba con un país pegado a la tele mientras veía pasar por la pantalla los iconos de su nuevo emperador. Todo parece descartado por el dichoso ceremonial cerrado.

En lo que sí hay consenso es en su capacidad para buscarse nuevos enemigos en casa. El pasado lunes fue fiesta nacional para celebrar el Día de Martin Luther King, el hombre que aglutinó en esta ciudad en 1963 y en una marcha a pie a tanta gente como la que se reunirá el viernes para ver el ceremonial: más de un millón de personas. Y a Trump no se le ocurrió otra cosa que faltar al respeto a John Lewis, el último líder superviviente de aquella lucha racial. Treinta congresistas demócratas ya han anunciado que no asistirán a su toma de posesión.

Y el sábado 21, mientras 1.600 operarios empiecen a desmontar las tarimas, miles de mujeres llegadas de los 50 estados de la Unión e incluso de otros países se concentrarán para mostrar su rechazo al que ya será presidente de Estados Unidos. Será la Womens March on Washington (Marcha de las Mujeres), una de las pocas entre las 30 manifestaciones antiTrump que se han autorizado para estos días.

Ellas se sumarán así al desprecio global, casi planetario, que ha ido cosechando Trump tras su permanente siembra de exabruptos y descalificaciones. Tanto que a nadie le resulta extraño que un hombre tan mediático y acostumbrado al boato público las haya pasado canutas para encontrar quién le cante en su entronización. A Obama se lo rifaban y apostó finalmente porque Aretha Franklin protagonizara con su chorro de voz afroamericano la interpretación del himno nacional, uno de los momentos que ponen la carne de gallina a los presentes.

Trump ha recibido un no es no tras otro y tendrá que conformarse con que le tararee Jackie Evancho, una adolescente que se hizo famosa en Americas Got Talent, el Operación Triunfo USA. Su anuncio, realizado como es habitual en Twitter por el nuevo presidente, ha convertido ya en millonaria a la chica, cuyas ventas de discos se han multiplicado.

Lo posible y lo previsible

Otra de las expectativas abiertas será el atuendo de la primera dama,Melania Trump, de 46 años. La tradición manda que lleve los colores rojo, azul o blanco de la enseña nacional. Otra cosa es cómo los combine la exmodelo eslovena y tercera esposa del premier.

Donald Trump calentará los motores de su mandato mañana mismo con la tradicional colocación de flores en el cercano Cementerio Nacional de Arlington. Le acompañará su vicepresidente, Mike Pence. Después, ha organizado para los benefactores de su campaña una celebración de bienvenida que solo podía llamarse con una frase: Haz grande a América otra vez, el relevo del Yes, we can que llevó en volandas a Obama al Despacho Oval.

Para su gran día, el protocolo dispone que el 45 presidente amanecerá en la Blair House, la casa de huéspedes del presidente. De ahí saldrán hacia la iglesia de St. Johns, habitual oratorio privado, antes de acudir a la gran puesta en escena del apitolio. «Frente al concepto interior y palaciego de democracias europeas, allí es al aire libre y masivo», marca las diferencias Carlos Fuente.

Ya en el escenario de madera que empezaron a clavarle en septiembre pasado, Trump pronunciará a mediodía (12 horas de Washington) ante el presidente de la Corte Suprema, John Roberts, el juramento del que nadie se ha salido nunca ni en una coma: «Juro solemnemente que ejerceré fielmente el cargo de presidente de los Estados Unidos y que sostendré, protegeré y defenderé la Constitución empleando en ello el máximo de mis facultades». Y lo hará ante dos Biblias: la histórica pieza del presidente Abraham Lincoln y la suya propia, que le regaló su madre cuando se graduó en la Escuela Primaria de la Iglesia Dominical en la Primera Iglesia Presbiteriana en Queens (Nueva York) cuando tenía 9 años (1955).

Es de esperar que a Roberts no le ocurra lo de 2009. Se hizo un lío con el recitado y hubo que repetir en privado el juramento de Obama para evitar impugnaciones.

A partir de aquí podría desatarse el momento Trump. Como hombre de Twitter, donde acumula más de 34.000 mensajes desde que se dio de alta hace seis años, no se espera de él un gran discurso. Nadie confía en que se acerque a las 8.445 palabras de William H. Harrison (1941), el presidente más verborréico de la historia. Pero tampoco que despache su primer avance de previsiones en las 135 que pronunció Washington el breve cuando inauguró estos fastos en 1789.

El desfile inaugural en la avenida Pennsylvania durará 45 minutos (el de Obama fueron cuatro horas). Y todo este fasto costará 90 millones de dólares, casi el doble que su antecesor. Si no se lo va a gastar en los bailes finales ¿prepara alguna de sus sorpresas?

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